Ir al contenido principal

Vestidos de Colores para la Princesa

Había una vez una princesa que tenía vestidos de todos, todos los colores.

Y cada color contagiaba a los que la veían de un estado de ánimo, alegría, tristeza, felicidad, melancolía... Pero ella no lo sabía.

Caminaba por los pasillos del castillo, por las calles del pueblo, y transformaba a la gente por un ratito.

Un día se puso el vestido más triste que tenía, y no sabía por qué pero todos lloraban a su alrededor. No le gustó el vestido y no lo usó más.

Otra vez se puso uno que hizo que todos se mueran de risa... Ese le gustó bastante, pero también la agotó. No podés estar todo todo el tiempo con gente que se ríe sin parar!

Pero un día en particular se cruzó con la bruja de la región. Todas las regiones tienen una. Y esta bruja le quiso comprar el vestido de la tristeza... La princesa, tan buena que era, se lo regaló. Y la bruja se lo puso enseguida... Tan fuerte era el poder que hasta la princesa lloró.

Y todos los demás también lloraron. Durante varios años, la tristeza se apoderó del lugar, y la bruja estaba tan contenta que también lloraba a mares.

Hasta que el vestido se empezó a gastar, y la gente empezó a estar un poco más feliz, y la bruja menos contenta, y la princesa más conciente del poder que tenía. Ahí se puso el vestido de la felicidad y se dedicó, toda su vida, a remendarlo para que la gente esté contenta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La carrera del auto rojo

Había una vez un auto rojo que quería ser corredor de carreras. Era muy chiquito y los papás no lo dejaban. Pasó el tiempo, y más tiempo, y después creció hasta que los papás lo dejaron. Fue a correr carreras y fue ganando todas, todas, todas las que corrió. Hasta que se encontró con "el más rápido". Fue avanzando, avanzando y avanzando hasta que en el final se olvidó de inflar sus gomas. Entonces no pudo avanzar más y vino el equipo de los pits, le cambiaron la rueda y siguió. "El más rápido" estaba casi en el final pero el auto rojo fue a toda velocidad y lo pasó. Y ganó!

Monos Comilones

Había una vez una isla con muchos monitos. Los monitos comían muchas bananas, ananás y cocos. Al principio, comieron bananas de las palmeras bananeras. Después de unos días no quedó ni una! Entonces, se pusieron a comer los ananás, de las palmeras ananeras. Obvio, se acabaron! Finalmente, empezaron a comer los cocos. Los sacaban de las palmeras cocoteras. Los rompían contra una piedra, se tomaban el agua y con las uñas arrancaban lo blanquito del coco. Un par de días después, no había más cocos en la isla. Y entonces qué podían hacer? Intentaron pescar, pero no pudieron porque no son tan especialistas en eso. No sacaron ni un pecesito. Después cavaron un pozo muy profundo y encontraron gusanos, y también semillas de ananás y cocos. Las plantaron y, mientras esperaban, comieron los gusanos. Un tiempo después aparecieron nuevas palmeras, que dieron frutos. Y así aprendieron que no pueden comer como loco todo lo que hay, sino que siempre tienen que dejar un poquito para el

Cachichién el Ciempiés Volador

Cachichién con las patas de tanza Había una vez un ciempiés que caminaba mucho todos los días. Se llamaba Cachicién. Tanto caminaba que fue perdiendo las patas sin darse cuenta. Sin embargo un día, cuando se quedó solo con siete patitas, pensó en ir al doctor. El médico le dijo que le iba a poner patitas falsas de madera. Cachichién en camino al médico Cuando salió muy contento, se cayó de cara en la calle. No podía mover las 93 patitas de madera, estaban todas duras y parecía Pinocho. Volvió arrastrándose al médico, quien le puso las patitas de tanza. Muy contento fue a la calle, pero se le engancharon entre dos adoquines. Tiró, y tiró, y perdío un par de patas. Volvió al médico. Este era muy terco, y estaba decidido a resolver el problema. Entonces se le ocurrió una idea brillante: le puso rueditas al ciempiés! Pero para que no se dé de bruces contra el edificio de enfrente, le agregó frenos. Y como el ciempiés era medio vago y no quería trabajar en las subidas, le puso