Había una vez una princesa que tenía vestidos de todos, todos los colores.
Y cada color contagiaba a los que la veían de un estado de ánimo, alegría, tristeza, felicidad, melancolía... Pero ella no lo sabía.
Caminaba por los pasillos del castillo, por las calles del pueblo, y transformaba a la gente por un ratito.
Un día se puso el vestido más triste que tenía, y no sabía por qué pero todos lloraban a su alrededor. No le gustó el vestido y no lo usó más.
Otra vez se puso uno que hizo que todos se mueran de risa... Ese le gustó bastante, pero también la agotó. No podés estar todo todo el tiempo con gente que se ríe sin parar!
Pero un día en particular se cruzó con la bruja de la región. Todas las regiones tienen una. Y esta bruja le quiso comprar el vestido de la tristeza... La princesa, tan buena que era, se lo regaló. Y la bruja se lo puso enseguida... Tan fuerte era el poder que hasta la princesa lloró.
Y todos los demás también lloraron. Durante varios años, la tristeza se apoderó del lugar, y la bruja estaba tan contenta que también lloraba a mares.
Hasta que el vestido se empezó a gastar, y la gente empezó a estar un poco más feliz, y la bruja menos contenta, y la princesa más conciente del poder que tenía. Ahí se puso el vestido de la felicidad y se dedicó, toda su vida, a remendarlo para que la gente esté contenta.
Y cada color contagiaba a los que la veían de un estado de ánimo, alegría, tristeza, felicidad, melancolía... Pero ella no lo sabía.
Caminaba por los pasillos del castillo, por las calles del pueblo, y transformaba a la gente por un ratito.
Un día se puso el vestido más triste que tenía, y no sabía por qué pero todos lloraban a su alrededor. No le gustó el vestido y no lo usó más.
Otra vez se puso uno que hizo que todos se mueran de risa... Ese le gustó bastante, pero también la agotó. No podés estar todo todo el tiempo con gente que se ríe sin parar!
Pero un día en particular se cruzó con la bruja de la región. Todas las regiones tienen una. Y esta bruja le quiso comprar el vestido de la tristeza... La princesa, tan buena que era, se lo regaló. Y la bruja se lo puso enseguida... Tan fuerte era el poder que hasta la princesa lloró.
Y todos los demás también lloraron. Durante varios años, la tristeza se apoderó del lugar, y la bruja estaba tan contenta que también lloraba a mares.
Hasta que el vestido se empezó a gastar, y la gente empezó a estar un poco más feliz, y la bruja menos contenta, y la princesa más conciente del poder que tenía. Ahí se puso el vestido de la felicidad y se dedicó, toda su vida, a remendarlo para que la gente esté contenta.
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