Érase una vez un árbol gigante que había nacido hace cientos de años.
Tenía tantos, tantos, años que era muy sabio. Y de tan sabio, podía moverse, caminar.
Su nombre era Bárbol.
Bárbol estaba en un bosque pero cerca de un claro, a donde muchos chicos iban a jugar a la pelota.
Un día, a uno de ellos la pelota se le quedó enganchada entre las ramas de Bárbol.
El niño subió con cuidado, y con el movimiento de sus piernas y manos le hizo unas divertidas cosquillas a Bárbol. Bárbol se rió en silencio. Era muy sabio, tan sabio como para caminar, pero no tanto como para hablar, o reir con ruido.
Esas cosquillas le gustaron mucho a Bárbol.
A partir de ese día, cada vez que los chicos volvían a jugar a la pelota, Bárbol estiraba las ramas para atraparla... Y no la soltaba hasta que recibía una buena dosis de cosquillas!!!
Tenía tantos, tantos, años que era muy sabio. Y de tan sabio, podía moverse, caminar.
Su nombre era Bárbol.
Bárbol estaba en un bosque pero cerca de un claro, a donde muchos chicos iban a jugar a la pelota.
Un día, a uno de ellos la pelota se le quedó enganchada entre las ramas de Bárbol.
El niño subió con cuidado, y con el movimiento de sus piernas y manos le hizo unas divertidas cosquillas a Bárbol. Bárbol se rió en silencio. Era muy sabio, tan sabio como para caminar, pero no tanto como para hablar, o reir con ruido.
Esas cosquillas le gustaron mucho a Bárbol.
A partir de ese día, cada vez que los chicos volvían a jugar a la pelota, Bárbol estiraba las ramas para atraparla... Y no la soltaba hasta que recibía una buena dosis de cosquillas!!!
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